El
Presidente Nicolás Maduro y sus pretorianos transmiten sus añoranzas a través
de personajes propios de la decadencia moral. Recientemente, utilizaron a
Didalco Bolívar para que pregonara un
sueño ideológico que nos regresa a esas épocas del “monaguismo” en Venezuela y
del “fujimorazo” en el Perú.
El
inefable Didalco, con su exigencia noticiosa de disolver la Asamblea Nacional y
de convocar nuevas elecciones, nos lleva al 24 de enero de 1.848. Esa fecha hace
referencia a una incivilización
denominada el “asalto al Congreso”. Nuestra
nación, en sus inicios como república, vivió una aguda crisis económica y
social, profundizada por los intereses de agrupaciones políticas confrontadas intensamente en todos los escenarios.
Por un lado estaban los “Liberales”,
movimiento constituido por Antonio Leocadio Guzmán con algunos sectores de
pequeños y medianos propietarios e intelectuales, quienes batallaban contra los
“Conservadores”, sector integrado por los terratenientes y el militarismo de José
Antonio Páez. A raíz de la derrota de los Liberales en el año 1.846, que le
costó un carcelazo a Guzmán, los Conservadores consolidaron su poder en el
Congreso de la República, y siguiendo instrucciones del propio Páez, designaron
como Presidente de Venezuela a la “primera lanza del llano”, José Tadeo Monagas,
otro prócer tan caudillista como el “centauro” de Portuguesa, y quien prontamente decidirá ejecutar su propia
agenda política, dándole la espalda al “catire” y sacando de la prisión al Jefe
del “Liberalismo”.
Ante
este “salto de talanquera”, los “Conservadores”, con su mayoría de diputados,
deciden desarrollar un juicio político en función de destituir al primer
mandatario nacional, y para eso se trasladan a Puerto Cabello e interpelan a los ministros
de Monagas; no obstante, el Congreso de la República es atacado por una
multitud de monaguistas que entraron al recinto y disolvieron violentamente el
Parlamento, con un saldo de heridos y muertos. Después de esta acción a
mansalva, Monagas reforzó su dominio con un Poder legislativo arrodillado.
Pero
el “prócer” Didalco también nos pasea por la historia Latinoamericana con el
llamado “fujimorazo”, acaecido en la hermana nación peruana. Resulta que
Alberto Fujimori asumió la investidura presidencial en el año 1.990, pero su
plataforma partidista, “Cambio 90”, era minoría en el Congreso Nacional de ese
país, existiendo así un contundente contrapeso de poderes que incomodaba al
fujimorismo. Llegó un momento en que el “chino”, con el argumento de necesitar
amplias facultades para enfrentar a la guerrilla de Sendero Luminoso, le
solicita al Parlamento Nacional la aprobación de un “decreto de emergencia”,
petición que fue negada por la mayoría de los diputados, quienes al contrario,
le impusieron un mayor control, además de abrirle una investigación por
violación a los derechos humanos.
La
conducta de Fujimori fue el autoritarismo: con el apoyo de las Fuerzas Armadas,
disolvió el Congreso de la República y les metió los tanques, contando para ese
momento, por cierto, con la simpatía de la mayoría del pueblo peruano y con la
complicidad de la OEA (¿me leyeron bien?).
Quizás
hasta aquí, Didalco y su titiritero sonríen; pero no, ¡lean bien!: tanto Monagas como Fujimori contaron con apoyo
mayoritario del pueblo; incluso, el autócrata peruanojaponés tuvo hasta la
complicidad de instituciones internacionales; en cambio, el titiritero de
Didalco no tiene ni un 30% de apoyo popular, y en el escenario internacional
está bajo vigilancia y ojeriza.
Le advierto también al titiritero que el final de esas aventuras autoritarias fue un
Monagas sacado a patadas del poder en una guerra civil y un Fujimori envejeciendo en la cárcel.
Como que los tiempos pasan, pero no cambian.
Beltrán Vallejo
vallejobelis3@gmail.com